domingo, 23 de noviembre de 2008

Una ruta por los castillos alentejanos de la Raya...

En la imagen superior: plaza del palacio de los Braganza, en Vila Viçosa, y estatua ecuestre de Juan IV, 7º duque de Braganza y primer rey de Portugal de este linaje.


Ayer sábado, 22 de noviembre, pasé un jornada muy agradable de ruta por algunos de los castillos y palacios del Alentejo cercanos a mi ciudad, Badajoz. La "expedición" la componíamos un grupo de "amigos hispano-lusos": cuatro españoles y dos portugueses -estos últimos, Marco e Isabel, actuaron como guías y, en ocasiones, de intérpretes.

Llegamos sobre las doce del mediodía (hora española) a Elvas, en donde realizamos una rápida visita por algunas muestras de su patrimonio quizá más desconocidas, como las pinturas que albergan algunas de las grandes casas de esta villa fronteriza, en concreto, vimos las de la casa da cultura, en plena praça da Republica. No quisimos entretenernos mucho tiempo en Elvas y emprendimos viaje por la antigua carretera nacional que va hasta Lisboa (hoy, como ya se sabe, existe una autopista de peaje que nos lleva también hasta la capital lusa).

Nuestra primera parada fue Vila Viçosa, localidad enclavada en la "tierra del mármol", cerca de Borba, y con un rico patrimonio histórico y monumental. Nada más llegar, vimos que se trataba de una de esas villas, como puede ser el caso de Aranjuez, en España, que nos sorprende por su bellos bosques y jardines, que nos anuncian que nos hallamos ante un "real sitio". Vila Viçosa es conocida, entre otros motivos, por albergar el llamado en portugués paço ducal. Se trata del espléndido y majestuoso palacio de los duques de Branganza, linaje que logró acceder al trono de Portugal tras la independencia de España, allá por 1640. Cuando íbamos por el coche, y según nos acercabamos al palacio, nos sorprendió gratamente el colorido ocre que adquieren en el otoño algunos árboles. Esa sensación visual de los árboles con las hojas marrones, y muchas ya en el suelo, a lo largo de una avenida ancha y empedrada (muy del gusto portugués) nos condujo a la gran explanada del palacio. Tras comer en un bar cercano, accedimos al interior del paço. Un amable guía nos dio detalladas explicaciones sobre la historia del inmueble y de sus moradores a lo largo de su historia. Lástima que fueran en portugués... pero algo sí que entendimos. Una excusa más para uno de mis propósitos más inmediatos: aprender portugués, máxime cuando por mis venas corre sangre lusa (mi abuela paterna, Natalia, era de Lisboa) y siento un gran cariño y aprecio hacia Portugal.

En el palacio, gestionado por la Fundación Casa de Braganza, pudimos ver desde los grandes salones hasta las cocinas, pasando por los aposentos de los monarcas. Todo ello acompañado de las grandes muestras que suelen acompañar a las estancias históricas de los reyes: muebles vetustos de madera maciza, ricos tapices, retratos de monarcas y príncipes de la Casa de Branganza (desde Juan IV, hasta Manuel II; pasando por otros reyes como María I, Pedro IV (que fue, además, emperador de Brasil con el nombre de Pedro I) o María II y su marido Fernando II, que fueron grandes mecenas del arte...). Pese a los lujos visibles, se apreciaba el uso que se dio mayoritariamente al inmueble: fue una residencia de vacaciones de los reyes de la dinastía de Branganza, durante los tres siglos que ocuparon el trono portugués, del XVII al XX. Y ello se notaba, por ejemplo, en que no se derrochaba un refinamiento desmedido, casi versallesco, como podría ocurrir con el palacio real de Lisboa. Resultaron curiosas las habitaciones donde dormían los reyes, decoradas bajo un estilo romántico decimonónico y precedidas por una recámara-despacho, pero intercomunicadas por un largo pasillo. Y por último, las cocinas, repletas de utensilios de bronce de todas las formas imaginables, y que nos traen a la memoria a los pobres hombres y mujeres que, seguro, casi en régimen de exclavitud, trabajaban para aliviar la excesiva voracidad de los miembros de la familia real. Como dato curioso para quienes, como a mí, le gusta la historia y Portugal y, por ende, la historia de Portugal, podemos decir que en este real sitio pasó su última noche el rey Carlos I, antes del antentado sufrido en Lisboa. Os cuento la historia: el 1 de febrero de 1908 la familia real portuguesa regresaba del palacio de Vila Viçosa a Lisboa. Viajaron en coche hasta Almada, en el estuario del Tajo, y tomaron un barco para cruzar el río y desembarcar en Cais do Sodré, en el centro de Lisboa. En su camino hacia el palacio real, el carruaje con Carlos I y su familia pasó por el Terreiro do Paço, también conocido como Plaza del Comercio. Mientras cruzaban la plaza, fueron disparados varios tiros desde la multitud por al menos dos hombres. El monarca murió inmediatamente; su heredero, el príncipe Luis Felipe fue mortalmente herido, y el príncipe Manuel fue alcanzado en un brazo. Los asesinos fueron muertos a tiros en el lugar por guardaespaldas y posteriormente reconocidos como miembros del Partido Republicano. Aproximadamente veinte minutos después, el príncipe Luis Felipe murió y días más tarde, Manuel fue proclamado rey de Portugal, el último de la dinastía de los Braganza. De este acontecimiento se han cumplido en 2008 cien años y, para algunos, el príncipe Luis Felipe ha pasado a la historia, entre otros motivos, por ser el "rey que menos ha reinado" (así se recoge, por ejemplo, en el Libro Guiness), ya que se sabe que primero murió el rey e inmediatamente la corona tendría que haber pasado a su heredero, quien falleció a los pocos minutos. No obstante, al no contemplarse en la monarquía lusa la sucesión automática, Luis nunca fue rey, pese a haber sobrevivido a su padre durante varios minutos.

Volviendo al viaje, antes de marcharnos de Vila Viçosa quisimos hacer una parada rápida en el castillo de este pueblo, que alberga dos, a bueno seguro interesantes museos, uno arqueológico y otro de "caça", es decir, de caza. Tras varios kilómetros en dirección sur, y atravesando bellos parajes y pintorescas localidades alentejanas como Terena y su fortaleza, llegamos a nuestro destino: Monsaraz.

Monsaraz representa a ese tipo de lugares que, nada más llegar, sabe uno que van a marcarle de alguna manera. Y así fue. Se trata de un pueblo-fortaleza situado en lo alto de un altozano, desde el cual se divisan paisajes de gran belleza, a lo que se suma el lago de agua dulce que es el pantano de Alqueva y que se ve muy bien desde allí. Monsaraz me recordó mucho a Marvão, otro pueblo-fortaleza con encanto muy cerca de la raya, esta vez de la frontera de Valencia de Alcántara. En Monsaraz disfrutamos de un inolvidable atardecer en una terraza con vistas al infinito. Allí sentados, tomando un café y un pastel, y deleitandonos con el juego de luces que se alejan por el horizonte, parecía que casi el tiempo se había parado: nada de estrés, ni obligaciones, ni ruidos... Un lujo. Se nos hizo de noche pero ello no fue óbice para que culiminaramos nuestra visita a esta villa paseando por sus murallas y descubriendo nuevos enclaves, algunos casi mágicos, como una cisterna de reminiscencias medievales...

Ya con la noche encima, cogimos los coches camino de Elvas. Esta vez llegamos a esta ciudad por la carretera de Juromenha, población rayana próxima al Guadiana que cuenta también con fortaleza y que, casi con toda seguridad, será objeto de una futura visita... En Elvas, tomamos un agradable té en casa de nuestra amiga Isabel, que cuenta con una casa muy cuidada en pleno centro de la ciudad. Para culminar el día, cenamos platos de la tradición culinaria alentejana y nos tomamos una copa en un local de las calles del centro. Sin duda, un día muy completo...


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