domingo, 30 de noviembre de 2008

Relato: La princesa prisionera


Nívea era la princesa más bella de un lejano reino oriental. Era estaba considerada como muy hermosa no sólo por la corrección de sus facciones sino también por todo su conjunto: su físico, su personalidad., su bondad... Era su cabello castaño; la frente, proporcionada; los ojos, pardos y sin ser grandes resultaban expresivos y dominantes; la tez, morena; la figura, esbelta y de intachables líneas esculturales y la boca, graciosa, con propensión constante a la sonrisa puesto que destacaba por su simpatía, así como por su buen corazón. En definitiva, todo en ella provocaba irresistible y halagüeña sugestión.


Tenía Nívea una hermana mayor, llamada Adela que, a diferencia de aquélla era fea, mucho más fea de lo que la representaban los retratos de la corte. Adela era gordita con tendencia a la obesidad, mofletuda, de ojos saltones, boca torcida y nariz pequeña. Además, tenía mal carácter y era algo huraña y envidiosa; especialmente sentía celos por no ser tan linda y lozana como su hermana. Por este motivo, y por otros más, ambas no se llevaban nada bien y evitaban cualquier trato salvo el que era inevitable cuando debían ir juntas al lado de su padre, el rey. Éste, preocupado por ese odio fraternal, intentó acercarlas pero todos sus esfuerzos fueron en vano.


El rey Assur, soberano del reino Karbala, era viudo y pasaba ya de los cincuenta años. Destacaba por su arrogancia y soberbia, pese a esto siempre se mostró, al igual que sus antecesores en el trono, muy preocupado por el bienestar de su pueblo. Aunque bastante envejecido, destacaban aún en él rasgos como sus ojos o el rostro, que reflejaban la buena apariencia del monarca durante su juventud. Al tener sólo dos hijas, temía por el futuro del reino a su fallecimiento, aún más cuando sabía que se encontraba en constante lucha con otros pueblos vecinos. Quizá por eso, intentó establecer alianzas y buscarle maridos a Adela y a Nívea, especialmente a la primera, ya que sobre ella recaería el peso de la corona a su muerte; mas las princesas se negaron argumentando que no tenían edad para contraer matrimonio. No en vano, tenían catorce y doce años respectivamente.


Karbala se encontraba en crisis por las continuas guerras y asedios de otros pueblos, que ensangrentaban el reino. Los más acérrimos enemigos, entre ellos destacaban los Arak, se habían propuesto conquistar Karbala, aprovechando la debilidad del rey para luchar en el frente y la existencia de dos princesas y de ningún valeroso príncipe que pudiese dirigir los ejércitos y combatir. No obstante, el jefe de los Arak mandó a una embajada en misión de paz aunque no era eso lo pretendía en realidad.


En la embajada de los Arak se encontraba un aguerrido y gallardo capitán. Tras la entrevista, y cuando ya se disponía a marchar, contempló por los pasillos de aquel palacio-fortaleza a la que le pareció la más bella de las mujeres que él había conocido, Nívea, y se prendó de ella. La joven princesita, que también se enamoró del apuesto caballero, le hizo llegar una nota -mediante una de sus damas-, en la cual le decía que acudiera en secreto todas las noches al bosque del castillo. Allí, una dama suya le conduciría hasta donde ella se encontraba. La princesa, que era muy dada a recorrer túneles y pasadizos, llegó sin antorchas al más oscuro de ellos, lugar donde los amantes se reunían cada noche.


Su amor era puro, tierno y fogoso a la vez pero se truncó porque la envidia, como en otros muchos casos, es culpable de bastantes desgracias y en este caso también lo es. Adela pronto descubrió los apasionados encuentros de su hermana con un capitán, enemigo de su padre, y le hizo llegar a éste la noticia; el cual, como castigo, encerró a su hija mayor en una oscura mazmorra desde donde nadie podía escuchar sus lamentos. Pasaba así los días Nívea, llorando y quejándose de su infortunio.


Poco tiempo después los Arak, al mando de su jefe y del capitán, atacaron el reino de Karbala, conquistándolo en su totalidad. En la contienda el rey Assur pereció y Adela fue tomada como prisionera. El capitán, desde la desaparición de su amada, la buscó incansablemente mas no la halló. Después de la batalla interrogó a Adela acerca del paradero de su hermana, sin embargo ésta, aunque lo sabía, se negó en rotundo a decir nada. Era tal el odio que sentía hacia Nívea que prefirió callar. Todos los esfuerzos del capitán por hacerla confesar resultarion infructuosos a pesar de que fue torturada una y mil veces hasta morir. Entristecido y loco de amor por Nívea, el capitán exploró todos los rincones del reino en busca de su amada. Registró todos los pasadizos y mazmorras del palacio-fortaleza hasta que, por fin, la halló en el más recóndito espacio. Pero… era demasiado tarde: Nívea había muerto, sola, en aquel inhóspito lugar como el más malvado de los criminales. Su único delito, amar al hombre del que estaba enamorada.


Como un niño lloró el capitán al lado del cuerpo de la joven princesita, que se encontraba ya casi pútrido. En un arrebato de locura el capitán tomó su puñal y, no sin dejar de llorar, puso fin a sus días.


Dicen los habitantes de la zona que cuando el Sol se pone, a partir de la medianoche, se oyen en aquel tétrico y misterioso paraje los quejidos del capitán por la muerte de la princesa prisionera, Nívea.


No hay comentarios: